jueves, 4 de marzo de 2010

Darwin y el Huaquén







Tras el terremoto nos toca recorrer la ciudad, con el alma estremecida por el poder de la bestia telúrica. Escuchando la Bío-Bío en el taco eterno que origina el colapso de las vigas y tableros de un nudo vial, nuestra mente de ingeniero se pregunta cómo pudieron fallar tantas estructuras y sistemas. Es que fue colosal; 8.8 Richter es una calamidad bíblica y no fueron tantas las fallas me respondo, algo inseguro pero quedando más o menos conforme con esa idea por un rato.

Hasta que paso a la vueta de la rueda por el lado de las vigas desplomadas, y se aparece en la memoria la imagen del Huaquén. ¡El puente Huaquén! me sale en voz alta. Investigué sobre él hace unos meses y publiqué lo que sigue en otra parte. Hoy, cuando nos preparamos a reconstruir Chile, parece conveniente recordar esta obra, rendir homenaje a su creador, y darle su coscacho a alguno que lo merece. El Huaquén fue un testimonio de cómo las estructuras sí pueden mantenerse en pié, aún luego de un megaterremoto. Se trata, vaya novedad, de hacer bien el trabajo:

En enero de 2009 el ministro de obras públicas visitaba el puente Huaquén, reliquia de la antigua Panamericana Norte, en la costa de La Ligua, norte de la Región de Valparaíso. Declaraba en la ocasión que la estructura, que sirvió desde principios de la década de 1950, "no da seguridad y por eso lo vamos a echar abajo y construir uno nuevo mucho mejor". Los ingenieros del ministerio y la concesionaria de la autopista habían concluído que su estado no brindaba seguridad por "serias deficiencias estructurales", determinaron su cierre al paso vehicular y descartaron su reparación. 'Está muy malo el corralero', pensó mientras leía el diario el que ahora escribe, pues se dedica a construir y lo había cruzado innumerables veces.

El día de la demolición, en marzo, se congrega en el lugar una multitud, probablemente a instancia de los relacionadores públicos de la cartera ministerial, queriendo mejorar su imagen luego del desplome del puente loncomilla. Encabeza la muchedumbre el ministro, hay parlamentarios por la zona y un enjambre de periodistas citados a constatar cómo avanza Chile. Los ingenieros del ministerio, sin duda premunidos en sus computadoras del mejor software de análisis estructural disponible, terminan de revisar la disposición de la dinamita, cables y detonadores que destruirán el viejo Huaquén. Dan el vamos por radio:

"Estamos listos señor ministro, puede ordenar la demolición".

"Autorizado a iniciar la demolición del puente Huaquén", sentencia solemne el personero.

Luego del estrépito vemos pilares y vigas hincharse como si fuesen de goma, antes de quedar cubiertos por la nube de polvo. Se acabó; el hormigón armado no puede seguir en pié tras semejante deformación.

O eso creíamos hasta ese día. Porque cuando comienza a diluirse la nube, Chile es testigo de lo inaudito: El puente sigue ahí, soberbio. Su tablero está ondulado pero las esbeltas columnas siguen verticales, y sus vigas de sección variable aguantando firme lo que sostuvieron por más de medio siglo. Increíble; el Huaquén parece querer seguir sirviendo.

Las cámaras registran el desconcierto (y acaso la vergüenza) del ministro.

 —"¿Y se puede poner [el explosivo] denuevo o no?" pregunta en voz baja al senador que está a su lado.

 —"No creo", responde éste, más sensato. Los ingenieros se miran con cara de hasta aquí no más llegamos, y el que escribe, que es de profesión ingeniero estructural, contempla boquiabierto en la televisión la nobleza de aquella formidable obra de la antigua ingeniería chilena, la de sus profesores. Se pone de pié para acercarse al televisor y ver las repeticiones, y se pregunta quién habrá sido su diseñador.

Exprimí la web hasta hallarlo en un libro antiguo: El Profesor Darwin Lois Perales, Ingeniero Civil del Ministerio de Obras Públicas. Así, todo con mayúscula.






Darwin Lois Perales, Ingeniero diseñador.
Vasco Solar Gazmuri, Contratista constructor.